El Duque de Lerma, el gran pícaro del Siglo de Oro

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Parece que siempre en España la corrupción está en el candelero con juicios y procesos interminables como los que hoy en día se están llevando a cabo. Por desgracia parece que la corrupción es un mal endémico de nuestra historia donde nunca han faltado rufianes que se han enriquecido ilícitamente gracias a su posición privilegiada dentro del Estado.

En la corte de Felipe III, a principios del siglo XVII, encontramos a uno de estos personajes que desde su puesto de valido del rey se dedicó al cohecho, la especulación y la malversación. Su nombre, Francisco de Sandoval y Rojas; su título, Duque de Lerma. Este truhán nació en Tordesillas a mediados del siglo XVI en el seno de una familia noble venida a menos que atravesaba apuros económicos. Siendo joven, gracias a la influencia de su tío el cardenal de Toledo, entró a servir en la corte donde ascendió hasta llegar a estar al servicio del entonces príncipe, y futuro rey Felipe III, del que ya su padre, Felipe II, auguraba que no servía para gobernar.

Francisco Sandoval supo ganarse la confianza del joven príncipe, veinticinco años menor que él, de tal manera que el rey, conociendo la debilidad de espíritu de su hijo y viendo las ansias de poder de su sirviente, decidió enviar a este último como virrey a Valencia para alejarlo de su vástago. Pero tan pronto falleció Felipe II en 1598 el recién proclamado rey Felipe III, más interesado en la caza y las artes que en el gobierno, mandó llamar a su amigo al que nombró Duque de Lerma y Grande de España poniéndolo al frente del gobierno y convirtiéndole en el hombre más poderoso de Europa.

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El Duque de Lerma (izq.) y Felipe III (dcha.) pintados por Juan de Pantoja en 1602 y 1606, respectivamente. Se puede ver en estos dos retratos que era difícil distinguir quién era el rey y quién el valido.

Primeras correrías por la Corte

El nuevo Duque no perdió el tiempo y comenzó colocando a familiares y personas de su confianza en los principales puestos de la corte. Para poder controlar que las influencias que llegaban al rey no eran otras que las suyas también estableció una red de confianza en torno a éste, además de agasajarle continuamente con fiestas, teatros, cacerías… Para mantenerlo distraído.

Era tal la confianza del rey en su valido que este no se daba cuenta ni cuándo le engañaba, como demuestra la historia de las torres del Palacio del Duque en Lerma. El Duque gastó una fortuna en nuevos edificios para albergar conventos, monasterios, iglesias en la capital de su ducado, la localidad burgalesa de Lerma, y entre tanto edificio también ordenó construir un palacio a imagen de su grandeza. Según las normas nobiliarias los palacios de los duques tenían derecho a tener dos torres ya que sólo los palacios de los reyes podían contar con cuatro. El duque sutilmente preguntó al rey si su palacio podría tener dos torres a lo que el rey accedió pensando que se refería a las dos que tenía derecho como duque. Cuando el rey acudió a Lerma se sorprendió al ver cuatro torres cual palacio real y preguntó al Duque por este asunto a lo que este le contestó que había sido su propia majestad quien le había dado permiso para construir dos torres más a las que ya tenía derecho. Aunque esto parece pueril era toda una declaración de intenciones para el resto de la nobleza.

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Palacio Ducal de Lerma (Burgos) con sus cuatro torres, hoy Parador de Turismo.

Los deseos del Duque de mostrar su poderío al resto de la corte pasaban incluso por encima de sus familiares, como demostró en el entierro de su esposa, Catalina de la Cerda, hija del Duque de Medinaceli. La Duquesa falleció en Buitrago de Lozoya en pleno verano de 1603 y el Duque se empeñó en enterrarla con gran pompa delante de toda la corte en Valladolid, en lugar de en Medinaceli, lugar elegido por la difunta para reposar eternamente. El calor del mes de julio hizo que el cadáver se descompusiera rápidamente mientras cubría los 150 km que separaban Buitrago de Valladolid, por lo que despedía tal hedor que ponía en peligro la pompa que el Duque quería dar al entierro. Al llegar a Valladolid, la noche antes del sepelio el Duque ordenó enterrar en secreto a su esposa en la Iglesia de San Pablo y en su lugar rellenó el ataúd de ladrillos simulando el peso de la duquesa. El entierro al día siguiente fue otra demostración del poderío.

Valladolid, capital del Imperio

Pero el hecho más conocido de entre las corruptelas del Duque es el traslado de la capital del reino de Madrid a Valladolid. El Duque, viendo que su poder para tener al rey bajo control en Madrid podía peligrar convenció al desinteresado monarca para trasladar la corte a Valladolid, lo que movilizó a la nobleza y a los madrileños que intentaron a través de fiestas y rogativos convencerle para que no lo hiciera. Pero no sirvió de nada y en 1601 se trasladó la corte a Valladolid. Cuando los nobles y funcionarios de la corte llegaron a Valladolid con intención de comprar fincas para sus nuevas casas y palacios se encontraron que el dueño de todo aquello no era otro más que el Duque de Lerma, que se había dedicado con anterioridad a comprar todas las fincas e inmuebles que pudo para revenderlas a precio de oro.

Valladolid solo fue capital durante cinco años tras los cuales la corte volvió a trasladarse a Madrid. Durante esos años el Duque compró varios terrenos en Madrid a precio de ganga, y en ellos construyó un palacio tan grande como su ego y al cual acudían con frecuencia los reyes. Hoy en día el palacio ya no existe y en su lugar se ubican, entre otros inmuebles, el hotel Palace y la Basílica de Jesús de Medinaceli.

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Retrato del Duque de Lerma (1603) por Rubens, en el Museo del Prado. La explicación del cuadro, aqu?.

Pero mientras el Duque se hacía inmensamente rico especulando y el monarca ordenaba desplazar la capital de una ciudad a otra con suntuosas fiestas, la situación de la economía del reino era límite hasta el punto de que la Hacienda Real tuvo que declararse en suspensión de pagos en 1607. Ese mismo año caían en manos de la justicia acusados de fraude y malversación dos estrechos colaboradores del Duque que se habían hecho enormemente ricos malversando, Alonso Ramírez de Prado (padre de Lorenzo Ramírez de Prado, famoso humanista de la época y abogado defensor en el juicio contra su padre) y Pedro Franqueza. Ambos terminaron sus días en la cárcel. Para salir al paso de los dedos que se alaban al Duque como parte del entramado corrupto, éste se mostró ante el rey sorprendido y defraudado por el abuso cometido por los que creía hombres de su confianza.

Como es lógico, con una situación económica en bancarrota y casos de corruptos en el poder al Duque no le faltaban enemigos y de entre ellos había uno que destacaba, la reina, la cual apoyaba en la sombra a una parte de la noblez, vida de poder que conspiraba contra él. Pero la soberana falleció en 1611 durante el parto de su octavo hijo, y Lerma siguió aguantando en su cargo gracias al incondicional apoyo del rey, quien llegó a constatar que la firma del Duque valía tanto como la suya propia.

El Cardenal Duque de Lerma

Pero poco a poco sus enemigos le iban comiendo terreno y personas que habían sido colocados en puestos claves por él se rebelaron en su contra, como el confesor del rey, fray Luis de Aliaga, o su propio hijo Cristóbal Sandoval, Duque de Uceda, quién finalmente en 1618 consiguió que el rey destituyera a su padre nombrándole a él como sucesor en su cargo si bien es cierto que con muchos menos poderes que su antecesor.

Cardenal Duque de Lerma

El Duque de Lerma tras su ordenación como Cardenal.

Con el cambio de valido los enemigos de Lerma hicieron limpieza y sacaron a la luz las fortunas ilícitas de los anteriores mandamases, lo que llevó a juicio en 1619 al hombre de confianza de Lerma, Rodrigo Calderón, quien terminó siendo ajusticiado en la Plaza Mayor de Madrid en 1621. Pero no pudieron juzgar al Duque ya que se adelantó jugando hábilmente la carta que le salvaría la vida: escribió al Papa solicitándole que le nombrara Cardenal, lo que suponía que sólo el Sumo Pontífice podía juzgarle y por consiguiente conseguiría esquivar a la justicia del rey. El Papa, que le debía de deber algún favor, accedió en 1618 a la petición concediéndole el capelo cardenalicio. Ante este hecho se hizo famosa en la corte una coplilla:

Para no morir ahorcado
el mayor ladrón de España
se viste de colorado

En 1621 muere Felipe III y con la proclamación de Felipe IV llega al poder un nuevo valido que se había movido con mucha habilidad entre los conspiradores, el Conde-Duque de Olivares, quien ordenó el destierro de la corte y el embargo de las rentas y gran parte de sus bienes tanto del Cardenal-Duque de Lerma como de su hijo el Duque de Uceda. Ambos exvalidos morían solos y alejados de la corte, el duque de Uceda en la prisión de Alcalá de Henares en 1624 y un año después el Cardenal-Duque de Lerma en Valladolid, donde sus restos reposan junto a los de su esposa en la Iglesia de San Pablo.

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Iglesia de San Pablo en Valladolid, donde se encuentra enterrado el primer Duque de Lerma junto a su esposa.


 

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